“Si pudieras cambiar una parte de tu cuerpo, ¿Qué cambiarías?
Ehhhhhh??… Cambiar una parte???? …No te entiendo!
Si, imagina que un hada te concediese un deseo, de tal manera que podrías cambiar algo de tu cuerpo. ¿Qué cambiarías?
Yo que se… ¿un brazo? No entiendo ama…
No tienes por qué decir nada en concreto. Igual estás a gusto con tu cuerpo, tal y como está, y no es necesario que te fuerces a decir algo. Es una pregunta sin más.
Ahhh si si si…Ya sé que cambiaría! Tener alas! Me encantarían unas alas para volar.
¿Para que me preguntas esto tan raro ama????”
( Extracto de conversación con mi hija Libe)
Hace poco circulaba un video por las redes en el que hacían esta pregunta a personas adultas de distintas edades y a niños. Los adultos, salvo alguna excepción, manifestaron su incomodidad con alguna parte de su cuerpo, y expresaban sus deseos de cambiar esta o aquella parte, mientras que los niños se quedaban un poco alucinados ante la pregunta, y expresaban cosas como: tener alas o cola de sirena, o que no cambiarían nada porque les gustaba su cuerpo tal y como era…
Me considero una madre que pone la intención en educar a sus hijas de manera que tengan una autoestima lo más equilibrada posible. Y aunque la relación con el propio cuerpo es tan sólo una parte de nuestra autoestima, el vídeo me sirvió para comprobar si esos efectos habían comenzado a interferir en la felicidad de Libe, mi hija mayor que tiene 8 años.
En primer lugar, me encantó que no entendiera la pregunta .”No concibe eso de que no le guste algo de sí misma” -pensé de inmediato- al contemplar cómo me miraba con los ojos como platos, como pensando que su madre estaba un poco loca esa mañana. Pero sin duda lo que más me gustó fue su repuesta, “tener alas”. La conversación siguió un buen rato más a cerca de “lo guay” que sería eso de tener alas y poder volar…
El texto que encontrarás a continuación de Sara Koppelkam refleja maravillosamente un aspecto del post de hoy. Personalmente me quedo con la última frase: “Recuérdale a tu hija que lo mejor que puede hacer con su cuerpo es usarlo como un vehículo para transportar su preciosa alma”. Y aunque va dirigido a las niñas, me parece que es aplicable a ambos sexos:
Primer paso sobre cómo hablar con tu hija sobre su cuerpo: no hables con tu hija sobre su cuerpo, salvo para enseñarle cómo funciona.
No le digas nada si adelgaza. No le digas nada si engorda.
Si crees que tu hija tiene un cuerpo espectacular, no se lo digas. Aquí tienes algunas cosas que sí le puedes decir:
«¡Se te ve muy sana!» es una frase genial.
O también «¡Qué fuerte estás!»
«Se nota lo feliz que eres: ¡estás resplandeciente!»
O mejor todavía, hazle un cumplido sobre algo que no tenga nada que ver con su cuerpo.
Y tampoco digas nada sobre el cuerpo de otras mujeres. Nada. Ni una sola palabra, ni buena ni mala.
Enséñale a ser amable con los demás, pero también consigo misma.
Ni se te ocurra comentar cuánto odias tu cuerpo delante de tu hija ni hablar sobre tu nueva dieta. De hecho, no hagas dieta delante de ella. Compra y cocina productos saludables. Pero no digas nunca: «Voy a dejar de tomar carbohidratos durante algún tiempo». Tu hija no debe pensar que los carbohidratos son malos, porque si te avergüenzas de lo que comes, acabarás avergonzándote de ti misma.
Anima a tu hija a correr porque así se libera estrés. Anímala a subir montañas porque no hay un sitio mejor para explorar la espiritualidad que en la cima del mundo. Anímala a hacer surf o escalada, o a montar en bici de montaña si son cosas que le dan miedo, porque a veces es bueno enfrentarse a los temores.
Haz todo lo posible por que le guste el fútbol o el remo o el hockey, porque el deporte le ayudará a ser una mejor líder, y una mujer más segura de sí misma. Explícale que, independientemente de la edad que se tenga, el trabajo en equipo es siempre necesario. Nunca le hagas practicar un deporte que no le encante.
Demuéstrale a tu hija que las mujeres no necesitan a ningún hombre para cambiar los muebles de sitio.
Enseña a tu hija a cocinar verduras.
Enseña a tu hija a hacer pasteles de chocolate con mantequilla.
Pásale la receta de tu madre del roscón de reyes. Incúlcale tu pasión por el aire libre.
Quizás tanto tú como tu hija tengáis unos muslos o un tórax anchos, y pudiera resultaros fácil odiar estas partes del cuerpo. Ni se te ocurra. Dile a tu hija que con sus piernas puede correr un maratón si así lo desea, y que el tórax no es más que el armazón de unos pulmones fuertes y que si quiere, puede gritar, cantar y animar al mundo entero.
Recuérdale a tu hija que lo mejor que puede hacer con su cuerpo es usarlo como un vehículo para transportar su preciosa alma.
Sara Koppelkam