Siempre silbando la misma vieja canción…
Te has planteado alguna vez esta cuestión: «¿Por que no puedo cambiar? ¿Por qué por más que me empeñe siempre acabo en el mismo lugar, y con las mismas sensaciones? Y silbando la misma vieja canción?» Tal y como se pregunta el cantante de Passenger, Michel David Rosemberg.
La respuesta a esta pregunta pasa por aceptar que si aspiramos a resolver los problemas que nos dificultan la vida en la actualidad, tenemos que comprendernos en un plano mucho más profundo, e ir hasta el lugar donde se alojan nuestros auténticos nudos emocionales, y nuestras heridas.
Quizás seas de las personas que has dado ya muchas vueltas. Puede que hayas hecho un sin fin de terapias, y te hayas leído todo lo que se publica en la sección de autoayuda. Y desmotivada y aburrida, estés pensando: «¿Por qué me cuesta tanto el cambio, si ya «sé» de dónde me viene todo?»
Es en este punto donde precisamente reside la complejidad, y es que el proceso de cambio no pasa por una comprensión meramente intelectual de lo que nos sucede. Para que el verdadero cambio se produzca, hemos de aceptar, reconocer como propias , y dar un espacio a muchas vivencias, y emociones incomodas y dolorosas que han quedado enterradas en las profundidades de nuestro inconsciente.
Sólo después de este proceso sanador podrás empezar a desprogramar tus patrones adquiridos, y tus condicionamientos para comenzar a ensayar unos nuevos más actuales, y acordes con quién eres en realidad.
Además, otro aspecto que nos dificulta este proceso, es el hecho de que nacemos con una serie de mecanismos de autoprotección para evitar tener contacto con todo aquello que nuestro cerebro interprete como dañino, de modo que lo que hace es llevar todo aquello susceptible de ser «peligroso» para nosotros a un rincón oscuro de nuestra psique, es decir, a nuestro inconsciente.
Ahora bien, que arrinconemos «la basura» no significa que esta no esté ejerciendo su influencia, ni que no nos esté perjudicando en nuestra vida actual. Todo lo contrario. Si no la sacamos de ahí, cada vez habrá mas putrefacción y el riesgo de contaminación cada vez será más grande, y las consecuencias de no hacerlo, cada vez más graves.
Estos mecanismos defensivos son los responsables que hacen que nos quedemos en la superficie acerca de lo que nos sucede, lo cual nos lleva a buscar soluciones también superficiales , muchas veces en forma de «cambio radical» como el trabajo, la pareja, la casa o incluso la ciudad, pensando que de este modo nuestra vida dará ese famoso giro de 180º tan deseado, y nuestros problemas desaparecerán.
Sin embargo, tal y como escuché decir a Joan Garriga, tarde o temprano aparece ante nosotras un recipiente de contenido similar aunque con una apariencia distinta, y así nos volvemos a descubrir silbando siempre la misma vieja canción , y profundamente hundidas y decepcionadas, en el mejor de los casos, nos damos cuenta de que el «problema» no era la casa, o nuestra pareja, o el jefe, o perder cinco kilos… o nuestra madre…
El cambio es una puerta que hemos de abrir desde adentro, y nos pasamos algunas media vida y otras, más desdichadas, la vida entera tratando de abrir puertas con llaves equivocadas. Por experiencia se que todo aquello de lo que huimos, tiende a repetirse, para que nos demos cuenta, y nos enfoquemos donde verdaderamente tenemos que poner el foco, que no es otro lugar más que en nuestro interior.
Uno de estos mecanismos a los que aludía es la evitación y la huída. Yo he sido una experta escapista, y he podido constatar cómo a lo largo de mi vida me he ido encontrando con esos recipientes que menciona Garriga, cada vez más grandes y más difíciles de beber de ellos… Y es que las heridas no atendidas claman a gritos ser sanadas, y el miedo no afrontado lucha por ser atendido.
Un día me detuve, y empecé a hacerme cargo de mi miedo… de mi vergüenza… de mi ira…de mi rabia… También de todo lo que había dado por sentando acerca de mí misma, sin contrastarlo con la realidad. Una parte importante del proceso de cambio es reconciliarnos con nosotras mismas y aceptar que esas emociones, llamadas negativas, también nos pertenecen, y darnos cuenta de los recursos que tenemos para regularlas.
No te obsesiones, ni te detengas en los problemas que tienes con la comida y en qué dieta hacer, o en cómo verte más guapa, o en tus relaciones de pareja que no te hacen feliz, o en lo injusto que es tu jefe... Ve a tu vacío interior, a tu miedo primitivo, a tu niña interior herida, a tu sistema familiar, a tus pensamientos nucleares que originan tus condicionamientos. Ve a los dogmas que aprendiste y que inconscientemente has dado por hecho.
En eso es en lo que hemos de adentrarnos si queremos algún día dejar de plantearnos la frustrante pregunta: «¿Por qué no puedo cambiar?», y poder empezar a silbar una nueva, motivante y liberadora canción.