Hace algún tiempo escribía una entrada que llevaba por título «¿En qué momento te convertiste en la niña buena?» en la que, de algún modo, describía un perfil de mujer que tengo bastante identificado.
Es la niña buena, dócil, complaciente, atenta y solícita, la que descuida sus necesidades para agradar y obtener la aprobación de los demás, la que no se permite desviarse de lo que la moral y las normas socioculturales dictan, la que tiene un dialogo interno demoledor y un nivel de autoexigencia desmedido, la que se echa sobre sus espaldas cargas que no le corresponden… Se trata de un patrón que está muy activo en la mayoría de mis clientas.
En aquella entrada pasé por alto un aspecto sobre el que hoy me quiero detener a reflexionar, ya que sin duda es otra de sus fatales consecuencias:
¿Por qué cargamos con asuntos que no son nuestra responsabilidad? ¿Por qué aguantamos situaciones que no son buenas, y que sabemos que nos hacen daño en nombre del amor? ¿Por qué nos cuesta tanto poner límites?
No sólo son factores de tipo psicológico los que pueden ofrecer respuestas a estas cuestiones, sino que los condicionamientos sociales, culturales, religiosos y morales asociados al género femenino ejercen una poderosa influencia en torno a todo aquello que se espera de una mujer.
Sacrificio… abnegación… entrega… recato… belleza… receptividad… renuncia… Seguro que se te ocurren más factores para añadir a esta lista negra de lo que nos hace «ser dignas de…».
Precisamente uno de los retos de lo procesos procesos terapéuticos es romper esta dañina y absurda asociación que tiene que ver con que el sacrificio, de alguna manera, dignifica.
Es urgente que aligeres tu mochila para que puedas:
- Recuperar tu esencia salvaje y auténtica.
- Caminar libre de culpa.
- Ocuparte de lo que SÍ es tu responsabilidad.
Y…volver a ti!!!!!