En muchas ocasiones a lo largo de mi vida me he visto enfrascada en disertaciones pseudofilosóficas relacionadas con lo que para cada uno de nosotros representa la “condición humana”.
Diversos contextos, diversas personas, diversas etapas… con una misma conclusión más o menos generalizada por parte de muchos de mis contertulios, que iría en sintonía con aquella célebre frase de Hobbes que reza: “el hombre es un lobo para el hombre.“
A menudo me he sentido algo sola cuando surgen este tipo de batallas dialécticas, ya que comulgo más con lo que proponía Rousseau acerca de que “el hombre es bueno por naturaleza, y que es la sociedad la que lo corrompe.”
Algunos ven cierta inocencia e ingenuidad en mi visión, a otros les parece que no he visto lo suficiente aún, y otros bromean llamándome Heidi.
Probablemente, las tres apreciaciones sean ciertas y probablemente también, sea cierto que el haber tenido el privilegio de asomarme al universo interior de bastantes personas haya afianzado en mí esta visión que tengo del ser humano, y es que por el momento aún no me he encontrado con ningún lobo de esos a los que se refería Hobbes.
El modesto sofá “made in ikea” de mi despacho contribuye enormemente a reafirmarme en esta postura que sostengo desde que estudiaba filosofía en la universidad. Y es que cuando una persona se sienta en él, y acepta la invitación que yo le hago de darse el permiso de ser y mostrarse tal cual es, lo que aparece en escena es, a lo sumo, siguiendo con la metáfora, un lobo confuso y herido que no quiere mostrar abiertamente sus heridas intentando taparlas, camuflarlas, negarlas, o disfrazarlas… convirtiéndose, así, en alguien que no es realmente.
En el “sofá de la autenticidad”, este personaje que inconscientemente hemos construido, creyendo que así seremos aceptados… amados… respetados… dignos de elogio… y otras tantas historias más, va perdiendo fuerza, y todos aquellos factores que contribuyeron a su construcción como los condicionamientos socioculturales y educativos, ideas erróneas y limitadoras acerca de uno mismo, se van desprendiendo capa a capa.
A partir de este instante, es cuando podemos ir al encuentro de lo auténtico y real que habita en cada uno de nosotros, nuestra esencia.
Y aunque la filosofía y la metafísica tendrían mucho que aportar en estos intentos de definir cuál es la esencia del ser humano, personalmente me quedo con la famosa frase del Principito “No se ve bien sino con el corazón…lo esencial es invisible a los ojos”.
Para terminar os dejo con un bonito vídeo que ilustra mi post de hoy