Pensé que nunca iba a enojarme con mis hijos. Y lo hice.
Pensé que jamás iba a discutir con mi marido enfrente de ellos. Y lo hice.
Pensé que a mí no me iban a tener que llamar cinco veces para que vaya a ver qué necesitan, pero me pasó.
No estaba en mis planes olvidar comprarles o conseguirles cosas para el cole. Y fallé.
No estaba en mis planes convertirme en una máquina de repetir lo mismo día a día, pero así soy hoy.
Pensé que iba a tener la misma cantidad de fotos de cada uno de mis hijos, pero no fue así.
Juré recordar cada momento de sus vidas, cada primer paso, primera comida, primera palabra, pero no pude.
Estaba segura de que jamás iba a llegar tarde a buscarlos en el colegio o en un cumpleaños, o llevarlos el día que no era con el uniforme incorrecto, pero lo hice. Todo lo hice.
Yo, la «súper mamá», iba a encontrar siempre una palabra justa para las preguntas de mis hijos: no pude y muchas veces respondí «porque no», «porque sí», o «después vemos».
Yo hoy no juzgo a otras, ni por buenas ni por malas. Porque cada mujer es un mundo y cuando se convierte en madre sigue siendo esa persona que era un minuto antes con toda su carga y, ahora, con la tarea de criar a esta persona tan especial.
Cada una lo hace a su modo, con sus formas y con sus tiempos. Todas aprendemos de todas, apoyándonos, con solidaridad, con comprensión, con amor. No juzgues a otras madres, así como no quieres que te juzguen a vos.
-Luciana Torres-
Seguramente en mayor o menor medida, todas las mujeres que somos madres, yo incluiría a los padres también, nos podemos identificar con alguno de los párrafos de este texto. Sin embargo, lo que me hace traerlo a este espacio tan querido para mí, no es tan sólo el hecho de compartir historias de expectativas no cumplidas e ideas preconcebidas que se desmoronan rápidamente en el momento en el que la realidad se impone.
Y es que la lista de esos “pensé que nunca…” puede ser mucho más extensa si abrimos el abanico a todas las facetas que hemos de desempeñar en nuestras vidas.
A menudo me descubro echando la vista atrás con cierta nostalgia, situándome en otras etapas de mi vida en las que era una joven inocente que tenía una enorme confianza en las personas y en la vida, pero con bastante poco conocimiento de sí misma, y de lo que significa madurar, y que seguramente jamás pensó que esta aventura que es vivir, iba a resultar en no pocas ocasiones una tarea muy ardua.
Mucha de aquella inocencia sigue intacta en mí, y la confianza también, me gusta que así sea y es algo que no quiero que cambie, al menos no demasiado. Lo que sí voy transformando, o al menos intentando ablandar, son todos esos “pensé que nunca…”
Mi trabajo me permite llegar al fondo de lo que esconden estas creencias, algunas conscientes, otras soterradas en lo más profundo de la psique pero haciendo su fastidioso trabajo. Y es que rascando un poquito detrás de muchas historias de insatisfacción personal aparece un mismo enunciado: …yo nunca hubiera pensado… que cada uno completa de muy diversas maneras… que iba a llevar una vida tan aburrida o estresada, o sin sentido…que iba a ser una mujer separada…nunca pensé que fracasaría…era un estudiante brillante y mírame ahora…no entraba en mis planes tener 35 años y vivir con mis padres…
Generalmente son historias de expectativas, unas veces propias y otras de terceros, no cumplidas, que nos llevan a pensar y a sentir que no somos lo suficiente.
Lo suficientemente buenos…brillantes…guapos…inteligentes…delgados…eficaces…buenos padres…Cada uno podría poner sus adjetivos favoritos.
Es esa creencia la que nos lleva a nadar en un mar de juicios devastadores, reproches, exigencia, perfeccionismo extremo…Sin duda, el mejor caldo de cultivo para la infelicidad.
Salir de este atolladero requiere en primera instancia renunciar a ser quien pensamos que deberíamos ser, o renunciar a la vida que pensamos que deberíamos llevar. ¿A caso existe alguna ley universal que establezca que el ser humano ha de ser perfecto? ¿Quién dicta los criterios de perfección? ¿Lo que es perfecto para ti coincide con lo que lo es para mí? Puede que sí, pero también pueden no coincidir.
De esta forma, citando a René Brown, hemos de tener el coraje de reconocernos imperfectos. Sólo así se abrirá ante nosotros una nueva senda por la que transitar con autenticidad, libertad, humildad y felicidad.