There is a crack in everything. That´s how the light gets in.
Leonard Cohen
Hace ya algunos años, cuando me mudé llena de ilusión al primer despacho que alquilé, una figurita que representa un hada fue uno de los variados objetos decorativos que compré para hacer de aquel espacio un lugar acogedor.
Siempre me han fascinado esos seres pequeños y sobrenaturales con sus poderes mágicos, de modo que cuando vi aquella hadita en el escaparate de una tienda, no dude en que sería perfecta para mi nueva ubicación.
El caso es que en el mismo instante en el que desempaqueté el hada de su envoltorio… ¡catapumba!… el hada se me cayó de las manos, y se le rompieron las alas y un brazo… Pese a ser consciente de que tan sólo era un objeto que representaba a un hada, y que no se trataba de un hada de verdad… he de confesar que algo de superstición habita en mí.
Mi mente experta en asociación libre, se puso en acción de inmediato «… alas rotas = sueños rotos = Maite no te va a ir bien, y esto que ahora empiezas va a ser un fracaso para ti»… Alentador, ¿verdad?
Intenté pegar las alas con varios productos, pero al parecer la rotura era tan mala que pasados unos minutos, las alas volvían a caerse de su sitio.
Contemplar aquella figurita ahora “imperfecta” en una balda en mi “perfecto” despacho, junto con mis pensamientos supersticiosos como aderezo, hizo que decidiera sacar el hada de allí, y llevármela a mi casa.
A lo largo de estos años, la pobre hada ha ido ocupando anodinos espacios dentro de mi casa, pasando completamente desapercibida, y es que al fin y al cabo ¿qué es un hada sin alas? ¿Y además sin brazo?
No podía desprenderme de ella, pero tampoco podía dejar que ocupara su lugar… Y ahora que estoy escribiendo estas líneas, no puedo evitar establecer una conexión, a modo de metáfora, entre el hada y mi hija June.
Por aquel entonces, aún me dolía profundamente el bofetón que supuso conocer que alguna rara enfermedad estaba provocando un retraso importante en el desarrollo de June, y la negación que aún ocupaba todo mi mapa emocional, no me permitía aceptar que June no era esa niñita “perfecta” que a simple vista parecía.
Muchos de mis posts me han servido como vehículo para canalizar y dar salida a todas las emociones vividas a lo largo de estos años, en los que he ido recorriendo el camino, muchas veces complicado, de la aceptación, hasta conseguir abrazar a mi hermosa hija tal cual es, sin negaciones, sin maquillajes, sin desvíos.
En este sentido, siento que poco tengo que ver con aquella persona que se compró una bonita hada con la que adornar su precioso y perfecto despacho, ya que inevitablemente las experiencias que la vida nos brinda ejercen su función transformadora. De este modo, hace tiempo que abracé la idea que Brene Brown transmite en su obra: Los dones de la imperfección, acerca de la valía personal sin requisitos previos, y como en la aceptación de nuestras imperfecciones y, por ende, las de los demás, podemos encontrarnos con nuestras virtudes más auténticas.
Es así como quitándome las gafas de la perfección, he podido cuidar y mimar las imperfectas alas de mi hija para que, dentro de sus limitaciones, pueda aprender a volar.
Idéntico proceso es el que realizan las personas que llaman a mi puerta sintiéndose insatisfechas con sus alas. Y así consiguen sanar viejas heridas en unos casos, en otros arreglan sus alas haciéndolas más fuertes y resistentes y, en otros, aceptan sus alas tal como son porque están bien así, tal como son.
Así es como luce ahora mi hada. Le falta un brazo y un trozo de ala, pero ahí la puedes ver ocupando su lugar, y acompañándome en cada sesión.