Una amiga se reía el otro día cuando le dije que yo trabajaba con “material de extrema delicadeza”. Parece ser que veía algo exagerada mi manera de referirme a mi profesión.
Sin embargo, a mí no me parce tan extremo éste símil. Al fin y al cabo lo que la persona trae a las sesiones no es otra cosa que su vida entera en la mayoría de las ocasiones. Y sólo con delicadeza, respeto, y compromiso puedo asomarme a su paisaje emocional con todos sus tonos y matices, a sus estados de ánimo tan variables y cambiantes cuando uno se propone algún cambio en su vida, a su motivación y fuerza interna que hacen de potente motor para que esos objetivos tan deseados se vean reflejados en sus realidades.
Cuando me despido de alguien que ha depositado su confianza en mí porque ya ha finalizado su proceso, y lo veo marchar con un ritmo en el cuerpo muy diferente al que traía cuando asomó su cabecita por primera vez en mi despacho, con frecuencia me asalta la pregunta “¿y qué he hecho yo en todo esto? ¿Cuál ha sido mi aportación?”
Precisamente hace unos días me despedí de una mujer valiente que finalizaba su trabajo personal, y al cabo de unos días, recibía por correo electrónico un precioso testimonio en el que describía lo que habían supuesto para ella las sesiones de trabajo conmigo. Emocionada por sus palabras y agradecida por el enorme privilegio que tengo de poder dedicarme a esta profesión, esa reflexión volvió a instalarse en mí…”¿y qué hago yo exactamente?
A mi cabeza acudían cosas típicas como preguntar, invitar a cuestionarse viejas creencias, acompañar, empatizar… Es lo primero que aprendemos en la facultad de psicología, pero eso no me sirve cuando entro en modo “reflexión para descubrir algo importante”, como era el caso.
Normalmente salgo de este «modo» pensando que, probablemente, será una mezcla de todas estas habilidades las que facilitan que las personas logren los cambios que persiguen, y momentáneamente me quedo tranquila.
Pero aquella mañana me encontraba metiendo en cajas las cosas de mi despacho, ya que me encontraba en plena mudanza, y descubrí dentro de un sobre el diploma de un seminario de Anthony Robbins al que asistí en Roma hace ya algunos años, el cual me dio una pista que me ayudaba a responder la cuestión que me rondaba.
Anthony Robbins es un orador motivacional, coach, difusor de la PNL, y escritor muy conocido en este sector. Animada por una colega coach decidí asistir a uno de sus multitudinarios seminarios hace ya algunos años- “Unleash the Power Within” (Libera tu Poder Interior) era su atrayente título, del que lo más llamativo era que los participantes caminan sobre unas incandescentes brasas, una técnica popularizada por Robbins y que sirve como metáfora de que cualquier persona tiene la capacidad de superar sus miedos con voluntad y perseverancia. De este modo, el vencer la inseguridad puede marcar el inicio de la reestructuración de la personalidad.
Si bien fue toda una experiencia asistir a un seminario con 1500 participantes venidos de todas partes del mundo, con un formato muy a la americana, y completamente diferente a lo que hasta entonces yo entendía por seminario formativo, lo que me ha hecho traerlo aquí, a este post, no fueron las enseñanzas de Robbins, que fueron muchas, ni los bailes que nos marcábamos entre sección y sección, que fueron muchísimos (aún recuerdo las horribles agujetas que tuve durante aquellos 4 días…), ni Roma la ciudad donde se celebró.
Sino que, utilizando el lenguaje de la Programación neurolingüística, el “ancla” que me ha hecho traer aquel seminario aquí ha sido un ayudante de Tony Robbins, gracias al cual yo conseguí pasar por las brasas y salir indemne…
Atravesar un sendero de brasas era, digamos, el plato estrella del seminario, y Robbins nos preparó psicológicamente para poder afrontarlo con éxito. Llegado el momento cada cual decidía si lo atravesaba o no. Yo decidida y confiada, me puse en la fila de los que queríamos caminar sobre las brasas y, dado que éramos muchísimos, teníamos que caminar un trecho más o memos largo para salir de aquel pabellón, y llegar al lugar en donde nos esperaban los caminos con brasas.
A medida que íbamos acercándonos y colocándonos en las filas, el miedo se iba apoderando de mí, yo lo notaba, cada vez más miedo, cada vez más insegura… hasta que llegó mi turno y ¿a que no sabes lo que hice?…Salí corriendo!!! Sí, literalmente corriendo, mi mecanismo de huida funciona perfectamente y… “pies ¿para que os quiero?”…
Debido a que había muchísima gente, no me pude ir muy lejos, y enseguida noté una mano que me agarraba por el hombro. Era un chico, uno de los muchos ayudantes que había por allí controlando que todo fuera bien. “You can! You can!” me decía con mucho ímpetu, y me guió de nuevo hasta el camino de brasas. Él seguía diciendome a voz en grito: “You Can! You can…” pero de nuevo, al contemplar ante mí aquellas brasas, instintivamente salí corriendo de nuevo. Creo que esta vez llegué algo más lejos pero, de nuevo, una mano me detuvo, era el mismo chico, colocó su frente apoyada en la mía y repetía a voz en grito: “You can! You can!…” Y cual marioneta me colocó de nuevo en la posición de salida. Esta vez vinieron más ayudantes a corear “You can! You can!…y esta vez… después de soltar un potente grito atravesé las brasas!!! Fue tan intensa la sensación de satisfacción que sentí, que aún se me pone la piel de gallina al recordarlo…
Sé que no me hubiera ido la vida en ello, pero también sé que si me hubiera quedado en mi huida, si este chico no se hubiera molestado en perseguirme, y acompañarme hasta las brasas, me habría quedado con una incómoda y molesta sensación de fracaso, en lugar de aquel subidón de adrenalina y sentimiento de satisfacción personal que tuve.
Aunque yo no hago que mis clientes caminen por las brasas, recordando esta experiencia de la que me río mucho cada vez que la recuerdo, podría decirse que al igual que aquel chico hizo conmigo, sí que los cojo del hombro cuando su “autosaboteador” interno aparece en escena y de pronto salen huyendo, ayudándolos a situarse de nuevo ante su “camino de brasas”, mostrándoles que yo confío en ellos, y que pueden lograr lo que sea que se hayan propuesto liberando así, todo su poder interior.