Había una vez un huerto lleno de hortalizas, árboles frutales y toda clase de plantas. Como todos los huertos, era fresco y agradable. Por eso daba gusto sentarse a la sombra de cualquier árbol a contemplar todo aquel verdor y escuchar el canto de los pájaros.
Un buen día empezaron a nacer unas cebollas especiales. Cada una tenía un color diferente:rojo, amarillo, azul, verde…
El caso es que los colores eran tan deslumbrantes que a todos llamaban la atención y quisieron saber la causa de tan misterioso resplandor. Después de grandes investigaciones lograron descubrir que cada cebolla tenía dentro, en el mismo corazón, una piedra preciosa.
Una tenía una esmeralda, la otra un rubí, la otra un topacio, y así sucesivamente.
¡Una verdadera maravilla!
Pero por alguna razón incomprensible, aquello se vio como algo peligroso e intolerable. Total, que las bellísimas cebollas tuvieron que empezar a esconder su íntima piedra preciosa. Pusieron capas y más capas, para cubrirla, para disimular cómo eran por dentro.
Algunas cebollas llegaron a tener tantas capas que ya no se acordaban de lo hermoso que ocultaban debajo.
Algunas tampoco recordaban por qué se habían puesto las primeras capas.
Poco a poco fueron convirtiéndose en unas cebollas comunes, sin ese encanto especial que tenían.
Un día pasó por allí una niña que gustaba sentarse a la sombra del huerto. Su inocencia le permitía descubrir lo que había en lo profundo de las cebollas y entender su lenguaje. Comenzó a preguntarle a cada una:
– ¿Por qué no eres por fuera como eres por dentro?
Y ellas iban diciendo:
– Me obligaron a ser así.
-Me fueron poniendo capas.
-Yo misma me puse algunas capas para ocultar mi piedra preciosa.
Ante estas respuestas, la niña entristeció y comenzó a llorar.
Desde entonces todo el mundo llora cuando una cebolla nos abre el corazón…
Cuento extraído del libro de Christian Selys, El pescador de Mentes.
Deja una respuesta