“El lado bueno de las cosas” es el título de la película que decidí ver en el viaje de regreso a casa desde Washington. Ya he hablado en otras entradas de mi particular método de elección de las películas que veo, o de los libros que leo, que consiste simplemente en dejarme llevar por su título, portada y otras cosas por el estilo.
Había una lista interminable de películas, pero ese título debió de parecerme el más adecuado dadas mis circunstancias. Y es que me encontraba sentada en el asiento de una avión que me llevaba de vuelta a casa después de un largo viaje en el que visitamos el “NIH”, un centro médico de investigación, concretamente el departamento de enfermedades sin diagnosticar. Washington D.C., con el objetivo de averiguar la causa de que mi pequeña June no se desarrolle con “normalidad”.
El objetivo de estas líneas no es hablar de June en particular, sino de todo lo que que, a través de ella y su dificultad, estoy aprendiendo, como es el poder apreciar el lado bueno de las cosas tal como reza el título. Pero para situar a los que aún no la conocéis, deciros que June es una preciosísima niña de 4 años que desprende amor y felicidad por cada poro de su piel, que adora a Libe, su hermanita mayor, que se vuelve loca con los animales y lo da todo cuando alguien le canta una canción o le cuenta un cuento, que roba el corazón a todo aquel que la conoce…. ( mi descripción daría para más, pero me desviaría del propósito de este post) y que, en términos médicos, presenta un retraso psicomotor de causa desconocida.
En este centro hemos convivido con familias venidas de todas partes del mundo, cada una de ellas con su mochila particular, y pese a que alguna de aquellas cargas podría parecer quizá, demasiado pesada o más incómoda de llevar, se respiraba un ambiente agradable, de sonrisas, de delicadeza, buen trato, e incluso de risas.
A los protagonistas de El lado bueno de las cosas, su colapso emocional, enfermedad mental, trastorno bipolar, o cualquiera que sea la etiqueta médica que se les coloque, hace que inicien un camino de búsqueda de sí mismos y además, logran encontrar el amor verdadero.
Y es que, cuando la vida te ofrece su cara más amarga, te colocas necesariamente en una posición diferente. Comienzas a relativizar, aprendes a dar importancia a lo que realmente tiene importancia, vives el presente, y te das cuenta de que, aunque a veces nos cueste verlo, todo tiene su lado bueno, siempre hay algo positivo con lo que quedarse.
Yo suelo decir que vuelves a ser como un niño, en el buen sentido del término, porque un niño, en definitiva, lo que hace es eso todo el tiempo y sin esforzarse.
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